Bueno, en vista al último post que ha sido publicado en este
humilde blog, además de recibir la ordenanza divina de Monesvol, he decidido
escribir una entrada.
La verdad es que hace ya mucho tiempo que veo un patrón
recurrente en la gente de arcoíris, que se da en especial en los chicos jóvenes
(en las mujeres no se da tanto, pero eso es, como dicen en el campo, papas de
otra Carboná), Y bueno, me refiero a Narnia. Ya saben, esa tierra maravillosa,
con luces, colores, faunos que cagan flores, en la que Jesús tiene forma de
León y que se encuentra dentro de un closet.
Por alguna razón, sin que se nos haya enseñado incluso, se
nos ha inculcado que homoserzual es malo, feo y cochino. Y por lo que más
quieras, deberías ocultar siempre tu “condición” (si, Condición, como si de una enfermedad se tratase), porque eres un
enfermo y al exhibirlo perturbarás a los buenos cristianos que hay a tu
alrededor… La misma razón por la que no vemos a Leprosos caminando entre
nosotros, o a Políticos.
Cuando por primera vez me di cuenta de que me había
enamorado de un hombre (hace no mucho tiempo la verdad, yo aún camino en un
mundo nuevo), algo dentro de mí no le tomó un peso de significancia, por el
contrario, estaba super feliz, porque de nuevo, luego de 5 años volvía a
encontrar el amor en mi vida. Así que quise comunicarlo al mundo… Y ahí, con el
tiempo, entre más gente iba escuchando mi historia, entre más reacciones y
distanciamientos veía, me comencé a retraer. Retrocedía lentamente a paso
tembloroso hasta que mi espalda dio con la entrada a Narnia, la que sería mi
inevitable residencia, al igual que para todos los enfermos que comparten mi
mal… Pero, ¿Por qué? Y no me mal interpreten, Narnia tiene cosas buenas, los
árboles y caballos hablan y esas cosas… Pero, ¿por qué estamos obligados a
entrar en un armario?... Menos mal nunca alcancé a entrar, de lo contrario no
los estaría lateando con mis palabras.
Más tarde, cuando el amor volvió a llegar a mi vida,
nuevamente en forma de un hombre jugoso y peludo, ya comencé a aceptar que “mi
enfermedad” llegó para quedarse. Así que lo disfrutaría, al igual como lo hacía
con mi ex novia, sin temor a demostrar en público mi amor por mi pierna, por
muy peluda que esta fuera. Pero aquí el otro problema. Resulta que él, el
hombre que llegó a cambiar mi vida, era un habitante ya establecido en Narnia,
y a pesar de que sólo quería tomar mi mano por la calle (ese detalle tan simple
y vano, y a la vez tan importante, sólo sentir la mano de esa persona contigo,
mientras caminas por las incertidumbres de la vida, ayuda a cualquiera a seguir
adelante), para él era imposible. Y porqué, porque se nos enseñó que NO DEBEMOS
INCOMODAR A LOS BUENOS CRISTIANOS A NUESTRO ALREDEDOR!...
Pero, ¿quién cresta se preocupa de no incomodarnos a
nosotros? Y es que ver a una pareja heterosexual comiéndose tirando en
la micro es una falta de respeto superior a dos hombres tomados de la mano.
Pero nadie dice nada… esa es clave de lo que les quiero contar (y por lo que he
dado más vueltas que vaquilla en rodeo).
Estaba yo una vez agobiado con estos espantos en mi mente,
pensando en las tinieblas y en lo inseguro que es el mundo fuera de Narnia. Fue
una semana mala (mental y sentimentalmente). Así que decidí que era momento de
viajar a mi casa familiar. Ese lugar con olor a sol, humo de madera, calor y
cazuela. Ese lugar que siempre te espera, aunque llegues de sorpresa… Pero como
soy una persona adulta, sería y ocupada tenía caña, no tuve tiempo de ir
a comprar mi pasaje (y un viernes en Conce sin pasaje es como enfrentarse en
una batalla para recuperar la tierra media, con el único fin de conseguir un
bus). Pero en mi estatus de Tirano hermano mayor, le pedí por favor utilicé
a mi hermano menor para que me comprara un pasaje. Él accedió gustoso no
le quedó otra más que obedecer de complacer a su hermano mayor. Los
hermanos mayores mandan. Bueno, no sé si no quedaban más pasajes o lo
hizo en forma de venganza, pero a pesar de que le pedí expresamente
que ojalá fuera ventana, me compró un pasaje en pasillo. De todas formas llegué
cuando el bus estaba aún vacío, así que me senté en la ventana, me puse
audífonos y saqué un grueso libro de evolución avanzada, con la esperanza de
que así no me molestarían ni me pedirían el asiento. A pesar de mi casi
infalible plan, unos minutos antes de que el bus partiera me pidieron el
asiento. Era un hombre joven, de alrededor de 30 años, junto a su hijito de no
más de 3 años.
Como leer se mi hizo imposible, decidí que lo mejor era
dormir.
Cuando llevaba una 3ª parte del viaje, me despertaron porque
el papá quería llevar a su hijito al baño. Después de eso, conciliar el sueño
se me hizo imposible.
Simplemente no podía ignorar las patadas, los gritos chillidos
agudos, que me tiraran cosas encima,
o que se levantaran OTRAS 4 PUTAS VECES para ir al baño. Producto de las
molestias y mi “comprensivo y amistoso humor después de despertar”, pensé:
Si el hueón viene con un niño
chico, sabe que molestará y que se levantará varias veces al baño, ¿Por qué
cresta me pidió el asiento de la ventana?, ¿por qué no nos hizo un favor a
ambos y se quedó con el asiento del pasillo?
Pero luego, cuando ya estaba más despierto, observé
detenidamente al padre y su hijito, ahí mi razón me llevó a otro lado:
… pero ellos son felices, y él está en todo
su derecho de pedir el asiento que él quería y disfrutarlo junto a su hijo. Sí,
me molestan circunstancialmente, pero no es su intención, y yo no soy quién
para evitar que disfruten su felicidad libremente.
Y todo este razonamiento me llevó a varias preguntas; ¿Qué
pasa con las personas que ostentan su felicidad?, ¿Qué pasa con las personas
jóvenes que se besan en lugares públicos?, Ellos son felices, y disfrutan de su felicidad sin preocuparse
de si ello molesta a alguien o no. Y descubrí, como ya les adelanté, que ese es
el secreto, que para disfrutar tu felicidad, no debes pensar en que si eso molesta a otros o no. Si no es
tu intención molestarlos, estás en todo tu derecho de ser feliz.
Si, quizás no falte la vieja e’ mierda que se crea con el
real derecho de pasar a llevar tu felicidad. Pero bueno, las viejas siempre
serán viejas, y ya cada vez quedan menos… cómo decía esa cancioncita
despreciable “Los tiempos están cambiando”.
Esto fue lo que aprendí, que comparto con ustedes, y que ayudo
a que el hombre que amo dejara de temer y pensar en los demás.
Y es que ustedes, nosotros, todos, estamos bien, no pasa
absolutamente nada malo con nosotros. Malo sería si ocultamos nuestro reales
sentimientos, malo sería si no aceptamos quienes somos, y peor sería si
intentásemos cambiarlo, ámense como son, porque así son perfectos. Sean
felices, y para disfrutar su felicidad, están en todo su derecho de no pensar
en los otros, sólo en ustedes. No vale la pena pensar en los que están a
vuestro alrededor, ya que al final no son más que parte de la escenografía.